La simbología de la serpiente de bronce que Dios le ordena a Abraham que haga para que su pueblo después del pecado y la desobediencia, sean salvados, tiene su origen en la divinidad de Dios y en una cuestión profética de anunciamiento de lo que sería el padecimiento de Jesús en un madero y de lo que su sacrificio haría por el hombre pecador.
Equivocadamente se cree que el hecho de que Dios pide a Abraham hacer una serpiente de bronce permite que se realicen figuras e imagenes de ídolos para otros fines; esto es mentira Dios no lo hace con esta intención; pues su simbolismo nos presenta una orden de Dios dada a Abraham a lo que Abraham no hace ningún cuestionamiento conociendo la gran sabiduría y enseñanza didáctica que Dios hace para que el ser humano entienda sus fines.
Números 21:4-9
Reina-Valera Antigua (RVA)
4 Y partieron del monte de Hor, camino del mar Bermejo,
para rodear la tierra de Edom; y abatióse el ánimo del pueblo por el
camino.
5 Y habló el pueblo contra Dios y Moisés: ¿Por qué nos
hiciste subir de Egipto para que muramos en este desierto? que ni hay pan, ni
agua, y nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano.
6 Y Jehová envió entre el pueblo serpientes ardientes, que
mordían al pueblo: y murió mucho pueblo de Israel.
7 Entonces el pueblo vino á Moisés, y dijeron: Pecado hemos
por haber hablado contra Jehová, y contra ti: ruega á Jehová que quite de
nosotros estas serpientes. Y Moisés oró por el pueblo.
8 Y Jehová dijo á Moisés: Hazte una serpiente ardiente, y
ponla sobre la bandera: y será que cualquiera que fuere mordido y mirare á ella,
vivirá.
9 Y Moisés hizo una serpiente de metal, y púsola sobre la
bandera, y fué, que cuando alguna serpiente mordía á alguno, miraba á la
serpiente de metal, y vivía.
Juan 3:1-18
Reina-Valera Antigua (RVA)
3 Y HABIA un hombre de los Fariseos que se llamaba
Nicodemo, príncipe de los Judíos.
2 Este vino á Jesús de noche, y díjole: Rabbí, sabemos que
has venido de Dios por maestro; porque nadie puede hacer estas señales que tú
haces, si no fuere Dios con él.
3 Respondió Jesús, y díjole: De cierto, de cierto te digo,
que el que no naciere otra vez, no puede ver el reino de Dios.
4 Dícele Nicodemo: ¿Cómo puede el hombre nacer siendo
viejo? ¿puede entrar otra vez en el vientre de su madre, y nacer?
5 Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que
no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de
Dios.
6 Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es
nacido del Espíritu, espíritu es.
7 No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer
otra vez.
8 El viento de donde quiere sopla, y oyes su sonido; mas ni
sabes de dónde viene, ni á dónde vaya: así es todo aquel que es nacido del
Espíritu.
9 Respondió Nicodemo, y díjole: ¿Cómo puede esto
hacerse?
10 Respondió Jesús, y díjole: ¿Tú eres el maestro de
Israel, y no sabes esto?
11 De cierto, de cierto te digo, que lo que sabemos
hablamos, y lo que hemos visto, testificamos; y no recibís nuestro
testimonio.
12 Si os he dicho cosas terrenas, y no creéis, ¿cómo
creeréis si os dijere las celestiales?
13 Y nadie subió al cielo, sino el que descendió del cielo,
el Hijo del hombre, que está en el cielo.
14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así
es necesario que el Hijo del hombre sea levantado;
15 Para que todo aquel que en él creyere, no se pierda,
sino que tenga vida eterna.
16 Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado á su
Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida
eterna.
17 Porque no envió Dios á su Hijo al mundo, para que
condene al mundo, mas para que el mundo sea salvo por él.
18 El que en él cree, no es condenado; mas el que no cree,
ya es condenado, porque no creyó en el nombre del unigénito Hijo de
Dios.
Simbología:
Vamos ahora al texto de la serpiente
de bronce. Si buscan en el Evangelio de Juan, notarán que su inicio contiene una
especie de lista ordenada de tipos tomados de la Santa Escritura. Comienza con
la creación. Dios dijo: "Sea la luz", y Juan comienza declarando que Jesús, la
Palabra eterna, es "aquella luz verdadera, que alumbra a todo hombre, y
que venía a este mundo". Antes de concluir su primer capítulo, Juan ha
introducido un tipo suministrado por Abel, pues cuando el Bautista vio que Jesús
se acercaba a él, dijo: "He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del
mundo." Y no se ha terminado el primer capítulo antes de que se nos recuerde la
escalera de Jacob, pues descubrimos que nuestro Señor le declara a Natanael: "De
aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y
descienden sobre el Hijo del Hombre." Cuando llegamos al tercer capítulo, ya
hemos avanzado tan lejos como lo hizo Israel en el desierto, y leemos las
jubilosas palabras, "Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es
necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo aquel que en él
cree, no se pierda, mas tenga vida eterna."
Vamos a hablar de este acto
de Moisés, para que podamos contemplar a la serpiente
de bronce y comprobar que la promesa es verdadera, "Cualquiera que fuere mordido
y mirare a ella, vivirá." Pudiera ser que ustedes, que la han mirado antes,
obtengan un beneficio renovado al mirarla otra vez, mientras que algunos que no
han vuelto nunca sus ojos en esa dirección, pudieran mirar fijamente al Salvador
levantado, y pudieran ser salvados del veneno abrasador de la serpiente en esta
mañana, de ese veneno mortal del pecado que acecha ahora en su naturaleza, y
engendra muerte en sus almas. Que el Espíritu Santo haga que esta palabra sea
eficaz para ese misericordioso fin.
I. Consideremos el tema, primero, viendo a LA PERSONA EN PELIGRO MORTAL, para la cual
la serpiente de bronce fue hecha y alzada. Nuestro texto dice: "Y cuando alguna
serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y
vivía."
Notemos que las serpientes ardientes llegaron en medio del
pueblo, antes que nada, porque ese pueblo había despreciado el camino de Dios
y el pan de Dios. "Y se desanimó el pueblo por el camino." Era el camino de
Dios, Él lo había escogido para ellos, y lo había elegido en sabiduría y
misericordia, pero ellos murmuraron contra el camino. Como afirma un viejo
teólogo: "era solitario y prolongado", pero, aun así, era el camino de Dios, y,
por tanto, no tenía que ser aborrecible: Su columna de fuego y de nube iba
delante de ellos, y Sus siervos, Moisés y Aarón, los conducían como un rebaño, y
debieron haberles seguido alegremente. Cada paso de su recorrido previo había
sido ordenado rectamente, y debieron haber estado sumamente seguros de que ese
rodeo de la tierra de Edom, fue también ordenado rectamente.
Pero, no;
ellos altercaron con el camino de Dios, y querían que fuera a su manera. Esta es
una de las permanentes necedades de los hombres; no pueden contentarse con
esperar en el Señor y guardar Su camino, sino que prefieren una voluntad y un
camino propios.
El pueblo también altercó con la comida de Dios. Él les
suministró lo mejor de lo mejor, pues "pan de nobles comió el hombre"; pero
ellos se refirieron al maná con un título oprobioso, que en el hebreo contiene
un matiz de ridículo, y aun en nuestra traducción, transmite la idea de
desprecio. Decían: "Nuestra alma tiene fastidio de este pan tan liviano", como
si lo consideraran insustancial y útil sólo para inflarlos, porque era de fácil
digestión, y no producía en ellos ese calor de la sangre y la tendencia a las
enfermedades que una dieta más pesada habría producido.
Estando
descontentos con su Dios, ellos altercaron con el pan que puso sobre su mesa,
aunque sobrepasaba a cualquiera que el mortal hubiere comido jamás antes o
después. Esta es otra de las necedades del hombre; su corazón rehúsa alimentarse
de la palabra de Dios o creer en la verdad de Dios. El hombre apetece el
alimento de carne de la razón carnal, los puerros y los ajos de la tradición
supersticiosa, y los pepinos de la especulación; no puede tolerar que su mente
se rebaje a creer en la Palabra de Dios, o a aceptar una verdad tan simple, tan
adecuada a la capacidad de un niño.
Muchas personas demandan algo más
hondo que lo divino, más profundo que lo infinito, más liberal que la gracia
inmerecida. Altercan con el camino de Dios, y con el pan de Dios, y por eso se
presentan entre ellos las serpientes ardientes de la concupiscencia maligna, de
la soberbia y del pecado.
Yo me podría estar dirigiendo a algunas
personas que hasta este momento han altercado con los preceptos y con las
doctrinas del Señor, y quisiera advertirles afectuosamente que su desobediencia
y su presunción conducirán al pecado y al abatimiento. Los rebeldes contra Dios
son propensos a volverse peores y peores. Las modas del mundo y las corrientes
del pensamiento alientan los vicios y los crímenes del mundo. Si anhelamos los
frutos de Egipto, pronto nos enfrentaremos a las serpientes de Egipto. La
consecuencia natural de volverse en contra de Dios, como serpientes, es
encontrar serpientes que acechan nuestro paso. Si abandonamos al Señor en
espíritu, o en doctrina, la tentación pondrá una emboscada en nuestro camino y
el pecado morderá nuestros pies.
Observemos cuidadosamente
que aquellas personas para quienes la serpiente de bronce fue alzada
especialmente, habían sido ya mordidas por las serpientes. El Señor envió
entre aquellas personas serpientes ardientes, pero no fue que las serpientes
estuvieran entre ellas lo que involucró el izamiento de una serpiente de
bronce, sino que fue que las serpientes en realidad las mordieran, lo que
condujo a la provisión de un remedio. "Y cualquiera que fuere mordido y
mirare a ella, vivirá." Las únicas personas que efectivamente miraban y obtenían
un beneficio de la portentosa curación levantada en medio del campamento, eran
aquellas que habían sido ya mordidas por las víboras.
La noción común es
que la salvación es para la gente buena, que la salvación es para quienes luchan
contra la tentación, que la salvación es para los que están espiritualmente
sanos: pero cuán diferente es la palabra de Dios. La medicina de Dios es para
los enfermos, y Su salud es para los que sufren dolencias. La gracia de Dios,
otorgada por medio de la expiación de nuestro Señor Jesucristo, es para los
hombres que son efectiva y realmente culpables.
Nosotros no predicamos
una salvación sentimental de una culpa imaginada, sino un perdón real y
verdadero de ofensas reales. A mí no me importan nada los supuestos pecadores:
ustedes, que nunca hicieron nada malo, ustedes, que son tan buenos interiormente
que están perfectamente bien, yo no tengo nada que ver con ustedes, pues soy
enviado a predicar de Cristo a aquellos que están llenos de pecado, y son dignos
de la ira eterna. La serpiente de bronce era un remedio para aquellos individuos
que habían sido realmente mordidos.
Aquel que fue mordido por la serpiente del pecado y no tuvo a la mano o no sonfio en el remedio y no lo uso, murió. No hubo remedio para esa pobre criatura orgullosa, pero sí hay un remedio para
ustedes. Jesucristo es levantado para los hombres que han sido mordidos por las
serpientes ardientes del pecado: no únicamente para ustedes, que todavía están
jugando con la serpiente, no únicamente para ustedes, que la han cobijado en su
pecho, y la han sentido deslizándose sobre su piel, sino para ustedes, que han
sido realmente mordidos, y que están mortalmente heridos. Si alguien es mordido
de tal forma que se enferma por el pecado, y siente el mortífero veneno en su
sangre, Jesús es expuesto hoy para él. La gracia soberana provee un remedio aun
para los casos considerados extremos.
La mordedura de la serpiente
era dolorosa. El texto nos informa que estas serpientes eran serpientes
"ardientes", lo que podría referirse, tal vez, a su color, pero más
probablemente se refiere a los abrasadores efectos de su veneno. Calentaba y
encendía la sangre de tal forma, que cada vena se convertía en un río hirviente,
crecido por la angustia. En algunos hombres ese veneno de áspides que llamamos
pecado, ha inflamado sus mentes. Están intranquilos, descontentos, y llenos de
temor y de angustia. Escriben su propia condenación, están seguros de que están
perdidos, y rehúsan todas las buenas nuevas de esperanza. No se puede lograr que
presten una atención calmada y sobria al mensaje de la gracia. El pecado produce
en ellos tal terror, que se rinden como hombres muertos. En su propia aprensión
son, como dice David: "Abandonados entre los muertos, como los pasados a espada
que yacen en el sepulcro, de quienes no te acuerdas ya." La serpiente de bronce
fue levantada para los hombres mordidos por las serpientes ardientes, y Jesús es
predicado a los hombres envenenados de hecho por el pecado. Jesús murió por
aquellos que se encuentran totalmente desesperados: por aquellos que no pueden
pensar rectamente, por aquellos cuyas mentes son sacudidas de arriba abajo, por
quienes ya están condenados; por esos fue levantado el Hijo del hombre en la
cruz. Qué cosa tan confortable es que podamos decirles esto.
La
mordedura de esas serpientes era, como les he dicho, mortal. Los israelitas
no podían tener ninguna duda al respecto, pues en su propia presencia "murió
mucho pueblo de Israel". Vieron morir, por las mordeduras de las serpientes, a
sus propios amigos, y hasta ayudaron a enterrarlos. Sabían por qué habían
muerto, y estaban seguros de que era debido a que el veneno de las serpientes
ardientes corría por sus venas. No tenían ninguna excusa para imaginar que
podrían ser mordidos y, sin embargo, vivir.
Ahora, nosotros sabemos que
muchos han perecido como resultado del pecado. No tenemos ninguna duda acerca de
lo que el pecado hará, pues la palabra infalible nos enseña que "la paga del
pecado es la muerte", y, también que, "el pecado, siendo consumado, da a luz la
muerte". Sabemos, asimismo, que esta muerte es una miseria sin fin, pues la
Escritura describe a los perdidos como siendo arrojados a las tinieblas
exteriores, "donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga".
Nuestro Señor habla de los condenados que van al castigo eterno, donde habrá
llanto y lamento y crujir de dientes. No hemos de tener ninguna duda al respecto
de eso, y la mayoría de quienes profesan dudarlo, son aquellos que temen que
será su propia porción, que saben que van a descender al dolor eterno, y, por
tanto, tratan de cerrar sus ojos a su inevitable condena.
Ay, qué
terrible es que encuentren aduladores en el púlpito que favorezcan su amor al
pecado tocando la misma melodía. Nosotros no somos de su clase. Nosotros creemos
en lo que el Señor ha dicho en toda su solemnidad de terror, y, conociendo los
terrores del Señor, persuadimos a los hombres que escapen de eso.
Pero
era para los hombres que habían experimentado la mordedura mortal, para los
hombres sobre cuyos pálidos rostros la muerte comenzaba a poner su sello, para
los hombres cuyas venas estaban ardiendo internamente con ese terrible veneno de
la serpiente; para ellos fue que Dios dijo a Moisés: "Hazte una serpiente
ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a
ella, vivirá."
No hay ningún límite establecido para la etapa de
envenenamiento: sin importar cuánto hubiese avanzado, el remedio tenía
todavía poder. Si una persona hubiera sido mordida un instante antes, aunque
sólo viera unas cuantas gotas brotando, y sólo sintiera un pequeño dolor, podía
mirar y vivir, y si hubiera esperado, infelizmente esperado, aun por media hora,
y el habla le fallara, y el pulso se debilitara, pero, si podía mirar, viviría
de inmediato. No se estableció ningún límite para el poder de este remedio
divinamente ordenado, o para la libertad de su aplicación a quienes lo
necesitaran. La promesa no contenía ningún cláusula condicional: "Cualquiera que
fuere mordido y mirare a ella, vivirá", y nuestro texto nos dice que la promesa
de Dios se aplicó en cada caso, sin excepción, pues leemos: "Y cuando alguna
serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía". Así,
entonces, he descrito a la persona que se encontraba en peligro mortal.
II. En segundo lugar, consideremos EL REMEDIO PROVISTO PARA ESA
PERSONA. Este era tan singular como efectivo. Era puramente de origen
divino, y es claro que su invención, y su empoderamiento eran enteramente de
Dios.
Los hombres han prescrito diversos fomentos, cocciones, y
operaciones para las mordeduras de serpiente: yo no sé qué tanto se pueda
depender de ellos, pero esto sí sé: preferiría no ser mordido para no tener que
probar ninguno de ellos, incluso aquellos que estén en boga.
No había
ningún remedio de ningún tipo para las mordeduras de las serpientes ardientes en
el desierto, excepto este que Dios había provisto, y, a primera vista, ese
remedio debe haber parecido disparatado. ¡Una simple mirada a la figura de una
serpiente sobre una asta! ¡Qué improbable era que funcionara! ¿Cómo y por qué
medios podría efectuarse una curación al mirar simplemente a un trozo de bronce
retorcido? Parecía, en verdad, que era casi una burla que se les pidiera a los
hombres que miraran a lo mismo que había provocado su desgracia. ¿Acaso se
podría curar la mordedura de una serpiente, mirando a una serpiente? ¿Traería
también vida aquello que ocasionaba la muerte? Pero en esto radicaba la
excelencia del remedio, que era de origen divino, pues cuando Dios ordena una
cura, está obligado, por ese mismo hecho, a poner una fuerza en ella. Él no
concebirá un fracaso, ni prescribirá una burla. Siempre nos bastará saber que
Dios ordena un camino de bendición para nosotros, pues si Él ordena, ha de
cumplirse el resultado prometido. No necesitamos saber cómo funcionará;
nos basta que la gracia poderosa de Dios esté comprometida a hacer que produzca
un bien para nuestras almas.
Este remedio particular de una serpiente
levantada en un asta era sumamente instructivo, aunque no supongo que
Israel lo hubiese entendido. Nosotros hemos recibido la enseñanza de nuestro
Señor y sabemos su significado. Se trataba de una serpiente empalada a un asta.
Así como tomarías un asta aguda y la atravesarías en la cabeza de una serpiente
para matarla, de igual manera esta serpiente de bronce era exhibida como muerta,
y colgada como exangüe ante la vista de todos. Era la imagen de una serpiente
muerta.
Es una maravilla de maravillas que nuestro Señor Jesús
condescienda a ser simbolizado por una serpiente muerta. La instrucción para
nosotros, después de leer el evangelio de Juan, es esta: nuestro Señor
Jesucristo, en infinita humillación, se dignó venir al mundo, y aceptó ser hecho
maldición por nosotros. La serpiente de bronce no tenía veneno en sí, pero
adoptó la forma de una serpiente ardiente. Cristo no es un pecador, y no hay
pecado en Él. Pero la serpiente de bronce tenía la forma de una serpiente; y de
la misma manera, Jesús fue enviado por Dios "en semejanza de carne de pecado".
Él vino bajo la ley, y el pecado le fue imputado, y, por tanto, cayó bajo la ira
y la maldición de Dios por causa nuestra. En Cristo Jesús, si le miran en la
cruz, verán que el pecado es herido de muerte y colgado como una serpiente
muerta: también allí la muerte es abolida, pues "Jesucristo… quitó la muerte y
sacó a luz la vida y la inmortalidad": y allí también la maldición es cancelada
para siempre debido a que Él la soportó, siendo "hecho por nosotros maldición
(porque está escrito: Maldito todo el que es colgado en un madero)". Así estas
serpientes son colgadas en la cruz como un espectáculo para todos los
espectadores, todas muertas por nuestro agonizante Salvador. El pecado, la
muerte, y la maldición son ahora como serpientes muertas.
¡Oh, qué
espectáculo! Si pudieran verlo, qué goce les proporcionaría. Si los hebreos
hubieran entendido el significado de esa serpiente muerta, colgada de un asta,
les habría profetizado el glorioso cuadro que nuestra fe contempla en este día:
Jesús inmolado, y el pecado, la muerte y el infierno muertos en Él. Entonces, el
remedio que debía ser contemplado era sumamente instructivo, y conocemos la
instrucción que tenía el propósito de comunicarnos.
Por favor recuerden
que en todo el campamento de Israel no había sino un remedio para la
mordedura de serpiente, y ese remedio era la serpiente de bronce; y sólo había
una serpiente de bronce, y no dos. Israel no podía hacer otra. Si hubiesen hecho
una segunda serpiente, no habría tenido ningún efecto: había una serpiente, y
sólo una, y esa fue levantada en alto en el centro del campamento, para que si
alguien fuera mordido por una serpiente, pudiera mirarla y viviera.
Hay
un Salvador, y sólo uno. No hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos. Toda la gracia está concentrada en Jesús, de quien
leemos, "Agradó al Padre que en él habitase toda plenitud". Cristo soportó la
maldición y terminó con la maldición; Cristo fue herido en el calcañar por la
serpiente antigua, pero hirió la cabeza de la serpiente: es a Cristo únicamente
que hemos de mirar, si queremos vivir. Oh pecador, mira a Jesús en la cruz, pues
Él es el único remedio para toda forma de heridas envenenadas de pecado.
Sólo había una serpiente sanadora, y esa era resplandeciente y
lustrosa. Era una serpiente de bronce, y el bronce es un metal reluciente.
Se trataba de un bronce recién forjado, y, por ello, no estaba empañado, y
siempre que el sol brillaba, se reflejaba un resplandor que provenía de la
serpiente. Podría haber sido una serpiente de madera o de cualquier otro metal,
si Dios lo hubiese ordenado así; pero Él mandó que debiera ser de bronce, para
que estuviera rodeada de brillo.
¡Qué brillo hay alrededor de nuestro
Señor Jesucristo! Si simplemente lo exponemos en Su propio metal verdadero, es
lustroso a los ojos de los hombres. Si predicamos simplemente el Evangelio, y no
pensamos nunca en adornarlo con nuestro pensamiento filosófico, veremos que hay
suficiente brillo en Cristo para captar el ojo del pecador, ay, y en verdad
capta el ojo de miles de personas. El Evangelio eterno fulgura desde lejos en la
persona de Cristo. Así como el estandarte de bronce reflejaba los rayos del sol,
así también Jesús refleja el amor de Dios por los pecadores, y viéndolo, miran
por fe y viven.
Además, este remedio era duradero. Era una
serpiente de bronce, y yo supongo que permaneció en medio del campamento a
partir de ese día. No era de ninguna utilidad después de que Israel entró en
Canaán, pero, mientras se encontraba en el desierto, era probablemente exhibida
en el centro del campamento, muy cerca de la puerta del tabernáculo, sobre un
estandarte elevado. En alto y abierta a las miradas de todos, pendía esa imagen
de una serpiente muerta: la perpetua cura para el veneno de serpiente. Si
hubiese sido hecha de otros materiales, podría haberse quebrado, o podría
haberse arruinado, pero una serpiente de bronce duraría en tanto que las
serpientes ardientes importunaran el campamento en el desierto. En tanto que
hubiese un hombre mordido, allí estaba la serpiente de bronce para
sanarle.
Qué consuelo es este, que Jesús salve todavía perpetuamente a
todos los que por Él se acerquen a Dios, viviendo siempre para interceder por
ellos. El ladrón moribundo contempló el resplandor de esa serpiente de bronce
cuando miró a Jesús colgado a su lado, y le salvó; y de igual manera ustedes y
yo podemos mirar y vivir, pues "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los
siglos".
Para todos
ustedes que sean realmente culpables, para todos ustedes que han sido mordidos
por la serpiente, el remedio seguro es mirar a Jesucristo, que cargó sobre Sí
nuestro pecado, y murió en el lugar del pecador, "Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en
él." El único remedio de ustedes está en Cristo y en ninguna otra parte. Mírenlo
a Él y sean salvos.
III. Esto nos lleva a considerar, en tercer
lugar, LA APLICACIÓN DEL REMEDIO, o el vínculo entre el hombre mordido por la
serpiente y la serpiente de bronce que había de curarle. ¿Cuál era el vínculo?
Era del tipo más simple imaginable. La serpiente de bronce hubiera podido ser
llevada, si Dios lo hubiese ordenado así, a la tienda donde estaba el enfermo,
pero no fue así. El remedio podría haber sido aplicado por frotación: podría
haberse esperado que el mordido repitiera una cierta forma de oración, o que el
sacerdote realizara una ceremonia, pero no había nada de eso; el enfermo sólo
tenía que mirar.
Era bueno que la cura fuera tan simple, pues el peligro
era muy frecuente. Las mordeduras de la serpiente se daban de diversas maneras;
un hombre podía estar recogiendo varas, o simplemente caminando en los
alrededores y era mordido. Incluso ahora, en el desierto, las serpientes son un
peligro. El señor Sibree comenta que en una ocasión vio lo que parecía ser una
piedra redonda, hermosamente marcada. Extendió su mano para tomarla cuando, para
su horror, descubrió que era una serpiente viva que estaba enrollada.
Durante todo el día, cuando las serpientes ardientes eran enviadas en
medio de ellos, los israelitas debían haber estado en peligro. En sus camas y
cuando comían, en sus tiendas y cuando salían, estaban expuestos al peligro.
Estas serpientes son llamadas por Isaías "serpientes voladoras", no porque
volaran realmente, sino porque se contraen y luego súbitamente saltan, hasta
alcanzar una considerable altura, y un hombre puede ser sorprendido y atacado en
su pierna cuando aún está lejos del alcance de estos malignos reptiles.
¿Qué debía hacer un hombre? No tenía que hacer nada sino pararse fuera
de la puerta de su tienda, y mirar hacia el lugar donde resplandecía, lejos, el
fulgor de la serpiente de bronce, y en el instante en que miraba, era sanado. No
tenía que hacer otra cosa sino mirar; no se necesitaba de ningún sacerdote, ni
de agua bendita, ni de un abracadabra, ni de misal, ni de ninguna otra cosa
excepto una mirada.
Un obispo de la iglesia romana le dijo a uno de los
primeros reformadores, cuando predicó la salvación por la fe simple: "Oh señor
doctor, abra ese portillo a la gente y estaremos arruinados." Y arruinados
están, en verdad, pues el negocio y el comercio del sacerdocio están terminados
para siempre si los hombres simplemente confían en Jesús y viven.
Pero
así es. Crean en Él, ustedes que son pecadores, pues este es el significado
espiritual de mirar, y de inmediato su pecado es perdonado, y lo que todavía es
más, su poder mortal cesa de operar dentro de su espíritu. Hay vida en una
mirada a Jesús; ¿acaso no es esto lo suficientemente sencillo?
Pero, por
favor, noten cuán estrictamente personal era. Un hombre no podía ser
curado por cualquier cosa que alguien más hiciera por él. Si era mordido por la
serpiente y hubiese rehusado mirar a la serpiente de bronce, y se hubiese
retirado a su cama, ningún médico le hubiera podido ayudar. Una madre piadosa
podría arrodillarse y orar por él, pero no serviría de nada. Las hermanas
podrían entrar y suplicarle, los ministros podrían ser llamados para que
vinieran para orar para que el hombre pudiese vivir; pero tendría que morir a
pesar de sus oraciones si no mirara.
Sólo había una única esperanza para
su vida: debía mirar a esa serpiente de bronce. Sucede exactamente lo
mismo con ustedes. Algunos me han escrito pidiéndome que ore por ellos: así lo
he hecho, pero de nada serviría a menos que ustedes mismos crean en Jesucristo.
No hay debajo de las bóvedas del cielo, ni en el cielo, ninguna esperanza para
ninguno de ustedes a menos que crean en Jesucristo.
Quienquiera que
seas, por muy mordido que estés por la serpiente, y por cercano que estés a la
muerte, si miras al Salvador, vivirás; pero si no hicieras eso, debes ser
condenado, tan ciertamente como vives. En el último gran día, deberé dar
testimonio en contra tuya, que te he dicho esto directa y claramente. "El que
creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado."
No hay otra ayuda para eso; puedes hacer lo que quieras, unirte a la iglesia que
te plazca, tomar la Cena del Señor, ser bautizado, aplicarte severas
penitencias, o entregar todos tus bienes para alimentar a los pobres, pero eres
un hombre perdido a menos que mires a Jesús, pues Él es el único remedio; e
incluso el propio Jesucristo no puede ni quiere salvarte, a menos que lo mires a
Él. No hay nada en Su muerte que te salve, no hay nada en Su vida que te salve,
a menos que confíes en Él. Se reduce a esto: debes mirar, y mirar por ti
mismo.
Y luego, además, es muy instructivo. ¿Qué significaba esa
mirada? Significaba esto: la autoayuda ha de ser abandonada, y ha de confiarse
en Dios. El hombre herido diría: "no debo quedarme aquí para mirar mi herida,
pues eso no me salvaría. ¡Mira allí donde la serpiente me atacó, la sangre está
brotando, teñida de negro por el veneno! ¡Cómo arde y se inflama! Mi propio
corazón desfallece. Pero todas estas reflexiones no me aliviarán. Debo mirar
lejos de allí, a la serpiente de bronce que ha sido levantada." Es inútil mirar
a cualquier otro lado excepto al único remedio ordenado por Dios.
Los
israelitas deben haber entendido tanto como esto: que Dios requiere que
confiemos en Él, y que usemos este instrumento de salvación. Debemos hacer
conforme nos ordene, y confiar que Él obrará nuestra cura; y si no queremos
hacer esto, hemos de morir eternamente.
Esta forma de curación tenía la
intención de que magnificaran el amor de Dios, y atribuyeran su salud
enteramente a la gracia divina. La serpiente de bronce no era meramente un
cuadro, tal como les he indicado, que mostrara a Dios quitando el pecado al
aplicar Su ira en Su Hijo, sino que era una demostración del amor divino. Y esto
lo sé porque Jesús mismo dijo: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto,
así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado… Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito": afirmando claramente que la
muerte de Cristo en la cruz era una demostración del amor de Dios a los hombres;
y cualquiera que mire a ese sumamente grandioso despliegue del amor de Dios al
hombre, es decir, Su entrega de Su unigénito Hijo para volverse una maldición,
ciertamente vivirá.
Ahora, cuando un hombre era sanado por mirar a la
serpiente, no podía decir que se había curado a sí mismo, pues él únicamente
miraba y no había poder en una mirada. Un cristiano nunca reclama ningún mérito u
honor en razón de su fe. La fe es una gracia que niega el yo, y nunca se atreve
a jactarse. ¿Dónde está el grandioso crédito de creer simplemente la verdad, y
confiar humildemente en Cristo para que nos salve? La fe glorifica a Dios, y,
así, nuestro Señor la ha escogido como el instrumento de nuestra salvación.
Si un sacerdote se hubiera acercado y hubiera tocado al hombre mordido,
este habría podido atribuir algún honor al sacerdote; pero como no había ningún
sacerdote involucrado en el caso, como no se requería de nada excepto mirar a
esa serpiente de bronce, el hombre era llevado a la conclusión de que el amor y
el poder de Dios le habían sanado.
Yo no soy salvo por nada que hubiere
hecho, sino por lo que el Señor ha hecho. Dios quiere que todos nosotros
lleguemos a esa conclusión; todos hemos de confesar que si somos salvos, es por
la gracia gratuita, rica, soberana e inmerecida, mostrada en la persona de Su
amado Hijo.
IV. Concédanme un momento en cuanto al cuarto
encabezado, que es LA CURA EFECTUADA. El texto nos informa que "cuando alguna
serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía"; es decir,
era sanado de inmediato. No tenía que esperar cinco minutos, ni cinco
segundos.
Querido hermano, ¿oíste esto alguna vez antes? Si no lo
hubieras oído, podría sorprenderte, pero es cierto. Si has vivido en el pecado
más negro posible hasta este preciso instante, pero si ahora crees en
Jesucristo, serás salvado antes de que el reloj suene su próximo tictac. Esto es
llevado a cabo con la presteza de un relámpago; el perdón no es una obra del
tiempo. La santificación necesita de toda una vida, pero la justificación no
necesita más que un instante. Si crees, vives. Si confías en Cristo, tus pecados
desaparecen, y eres un hombre salvo en el instante en que crees.
"Oh",
-dirá alguien- "eso es una maravilla". Es una maravilla, y seguirá siendo una
maravilla por toda la eternidad. Los milagros de nuestro Señor, mientras estuvo
en la tierra, fueron casi en su mayoría, instantáneos. Él los tocaba y los que
padecían de fiebre eran capaces de levantarse y ministrarle. Ningún doctor
podría curar una fiebre de esa manera, pues queda una debilidad resultante
después de que el calor de la fiebre es abatido. Jesús obra curaciones
perfectas, y quien crea en Él, aunque sólo hubiere creído un minuto, es
justificado de todos sus pecados. ¡Oh, la gracia incomparable de
Dios!
Este remedio sanaba una y otra vez. Muy posiblemente,
después de que un hombre había sido curado, podía regresar a su trabajo, y ser
atacado por una segunda serpiente, pues había camadas de ellas por todos lados.
¿Qué tenía que hacer? Pues, mirar otra vez, y si era herido mil veces, tenía que
mirar mil veces.
Tú, amado hijo de Dios, si has pecado contra tu
conciencia, mira a Jesús. La manera más sana de vivir donde las serpientes
proliferan, es no quitar nunca tu ojo de la serpiente de bronce en absoluto. Ah,
ustedes, víboras, ustedes pueden morder si quieren; en tanto que mi ojo esté
clavado en la serpiente de bronce, yo desafío a sus colmillos y a sus bolsas de
veneno, pues tengo un remedio permanente obrando dentro de mí. La tentación es
vencida por la sangre de Jesús. "Esta es la victoria que ha vencido al mundo,
nuestra fe."
Esta curación era de eficacia universal para todos los
que la usaban. No había ningún caso en todo el campamento, de un hombre que
mirara a la serpiente de bronce y sin embargo muriera, y nunca habrá ningún caso
de un hombre que mire a Jesús, que permanezca bajo condenación. El creyente
debe ser salvo. Algunas de las personas debían mirar desde una larga
distancia. El asta no podía estar a una igual distancia de todos, pero en tanto
que pudieran ver la serpiente, sanaba tanto a quienes estaban lejos como a los
que estaban cerca. Tampoco importaba si sus ojos eran débiles. No todos los ojos
tenían igualmente una mirada aguda, y algunos podrían haber sido bizcos, o tener
una visión débil, o únicamente un ojo, pero si miraban, vivían. Tal vez el
hombre difícilmente podía discernir la forma de la serpiente cuando miraba.
"Ah", -se decía- "no puedo discernir las roscas de la serpiente de bronce, pero
puedo ver el resplandor del metal"; y vivía.
Oh, pobre alma, tal vez no
puedas ver a todo Cristo ni todas Sus bellezas, ni todas las riquezas de Su
gracia, pero si puedes ver que fue hecho pecado por nosotros, vivirás. Si dices:
"Señor, yo creo; ayuda mi incredulidad", tu fe te salvará; un poco de fe te
proporcionará a un gran Cristo, y tú encontrarás vida eterna en Él.
De
esta manera he procurado describir la cura. Oh, que el Señor quiera obrar esa
cura en cada pecador que está aquí en este momento. Pido que lo haga.
Es
un pensamiento agradable que si miraban aquella serpiente de bronce bajo
cualquier tipo de luz, vivían. Muchos la contemplaban al resplandor del
mediodía, y veían sus relucientes roscas, y vivían; pero no me sorprendería que
algunos fueran mordidos de noche, y bajo la luz de la luna se acercaban y
miraban hacia arriba y vivían. Tal vez era una noche oscura y tormentosa, y no
era visible ninguna estrella. La tempestad retumbaba en lo alto, y de la lóbrega
nube se desprendía el rayo, partiendo las rocas. Por al resplandor de esa súbita
llama, el moribundo descubría a la serpiente de bronce, y aunque viera sólo un
instante, vivía. De igual manera, pecador, si tu alma está envuelta en la
tormenta, y si de la nube se desprende un solo rayo de luz, mira a Jesucristo
con la ayuda de ese rayo y vivirás.
V. Concluyo con este último
asunto de consideración: aquí hay UNA LECCIÓN PARA QUIENES AMAN A SU SEÑOR. ¿Qué
debemos hacer nosotros? Debemos imitar a Moisés, cuya responsabilidad consistió
en colocar a la serpiente de bronce sobre un asta. Es tanto su responsabilidad
como la mía poner en alto el Evangelio de Cristo Jesús, para que todos puedan
verlo. Todo lo que Moisés tenía que hacer era colgar a la serpiente de bronce a
la vista de todos. Él no dijo: "Aarón, trae tu incensario, y trae contigo a
muchos sacerdotes, y formen una nube de perfume". Tampoco dijo: "yo mismo iré
vestido con mis ropas de legislador, y me pondré allí." No, Moisés no tenía nada
que ver con lo que era pomposo o ceremonial. Sólo tenía que mostrar a la
serpiente de bronce y dejarla desnuda y disponible a la mirada de todos. No
dijo: "Aarón, trae aquí un manto de oro, envuelve a la serpiente en azul y
carmesí y lino fino." Un acto así habría sido claramente contrario a sus
órdenes. Él debía mantener a la serpiente descubierta. Su poder radicaba en sí
misma, y no en lo que la circundaba. El Señor no le dijo que pintara el asta, o
que lo decorara con los colores del arcoíris. Oh, no. Cualquier asta serviría.
Los moribundos no necesitaban ver el asta, ellos necesitaban contemplar
únicamente a la serpiente. Me atrevería a decir que hizo un asta nítida, pues la
obra de Dios debe hacerse decentemente, pero aun así, la serpiente era lo único
que había que mirar.
Esto es lo que tenemos que hacer con nuestro Señor.
Hemos de predicarlo a Él, enseñarlo a Él, y hacerlo visible a
Él para todos. No debemos ocultarle por nuestros intentos de involucrar
la elocuencia y el conocimiento. Hemos de terminar con el palo de lanza bruñido
de la elocuencia, y esos trocitos de carmesí y azul, en la forma de grandiosas
frases y estrofas poéticas. Todo ha de hacerse para que Cristo sea visto, y no
debe tolerarse nada que lo esconda.
Moisés se puede ir a casa y
acostarse una vez que la serpiente es levantada. Todo lo que se requiere es que
la serpiente de bronce esté visible tanto de día como de noche. El predicador se
puede ocultar, hasta el punto de que nadie sepa quién es, pues si ha expuesto a
Cristo, es mejor que no se interponga.
Ahora, ustedes maestros, enseñen
a Jesús a sus hijos. Muéstrenles a Cristo crucificado. Mantengan a Cristo
delante de ellos. Ustedes que son jóvenes e intentan predicar, no intenten
hacerlo grandiosamente. La verdadera grandeza de la predicación consiste en que
Cristo sea mostrado grandiosamente en ella. No se necesita de ninguna otra
grandeza. Mantengan el yo en el trasfondo, pero pongan a Jesucristo en medio del
pueblo, evidentemente crucificado entre ellos. Nadie sino Jesús, nadie sino
Jesús. Él ha de ser la suma y la sustancia de toda su enseñanza.
Algunos
de ustedes han mirado a la serpiente de bronce, yo lo sé, y han sido sanados,
pero ¿qué han hecho con la serpiente de bronce desde entonces? No han pasado al
frente para confesar su fe y unirse a la iglesia. No han hablado con nadie
acerca de su alma. Meten a la serpiente de bronce en un baúl y la esconden. ¿Es
correcto eso? Sáquenla, y pónganla en un asta. Publiquen a Cristo y Su
salvación. La intención nunca fue que fuera tratado como una curiosidad de
museo; el propósito es que sea exhibido en las calzadas para que aquellos que
han sido mordidos puedan mirarlo a Él.
"Pero yo no tengo un asta
adecuada", -dice uno. El mejor tipo de asta para mostrar a Cristo es la que sea
muy alta, para que pueda ser visto desde lejos. Exalten a Jesús. Hablen bien de
Su nombre. No sé de ninguna otra virtud que pueda estar en el asta sino su
altura. Entre más puedan hablar en alabanza de Su Señor, entre más alto puedan
levantarlo, será mejor, pero de todos los otros estilos de lenguaje no hay nada
que decir. Levanten en verdad a Cristo.
"Oh", -dice uno- "pero yo no
tengo un estandarte largo". Entonces levántalo con el que tengas, pues hay a tu
alrededor personas de baja estatura que serían capaces de ver por tu medio.
Imaginemos la escena de la serpiente de
bronce. Vemos a todo tipo de personas juntándose alrededor del asta, y
cuando miraban, las horribles serpientes se desprendían de sus brazos, y vivían.
Había tal multitud alrededor del asta que una madre no se podía acercar a ella.
Cargaba a un bebé que una serpiente había mordido. Se podían ver las señas
azules del veneno. Como no podía acercarse más, la madre sostuvo en alto al
niño, y volvió su cabecita para que pudiera contemplar con su ojo infantil a la
serpiente de bronce y pudiera vivir.
Hagan esto con los pequeños niños a
su cargo, ustedes que son maestros de la escuela dominical. Aun cuando todavía
sean muy pequeñitos, oren para que miren a Jesucristo y vivan; pues no hay un
límite establecido para su edad. Ancianos mordidos por la serpiente venían
tambaleándose sobre sus muletas. "Tengo ochenta años de edad", -dice uno- "pero
he mirado a la serpiente de bronce, y he sido sanado". Pequeños niños era
llevados por sus madres, aunque todavía no podían hablar claramente, y gritaban
en su lenguaje infantil: "miro a la gran serpiente y me bendice".
Todos
los rangos, y sexos, y personalidades y disposiciones miraban y vivían. ¿Quién
quiere mirar a Jesús en esta buena hora? Oh amadas almas, ¿quieren tener vida o
no? ¿Despreciarán a Cristo y perecerán? Si es así, su sangre sea sobre sus
propios vestidos. Yo les he hablado del camino de la salvación de Dios, y
ustedes han de apegarse a él. Miren a Jesús de inmediato. Que Su Espíritu los
conduzca dulcemente a hacerlo. Amén.
¡HERMANO MIRA EL BRILLO DE JESUCRISTO Y ENCONTRARAS SALVACIÓN!
¡AMEN Y GLORIA A DIOS!.
* Notas, comentarios y reflexiones, por el colaborador Oscar Rivera. "resumen tomado de una predicación de Charles Haddon Iglesia Bautista 1879".